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Cuando dejé de cambiar para complacerle

De vez en cuando, papá me manda un mensaje...

Gin, "Just the Way You Are" sonó en la radio. Siempre pienso en ti. Te quiero.

En 1977, el éxito de Billy Joel "Just the Way You Are" atrajo a mi ingenuo y romántico yo de trece años. ¿No es bonito que la quiera por ser ella? interpreté la canción. Me gustaba tanto la canción que, con el dinero que ganaba haciendo de canguro y sirviendo mesas, fue el primer disco que me compré. El LP The Stranger se convirtió en el favorito de la familia.

También fue por esa época cuando tuve mi primer "novio", Bill. Pronto aprendí que este chico superguapo no era tímido, sino simplemente aburrido. Después de eso, cuando escuché la letra de la canción:

No quiero una conversación inteligente

Nunca quiero trabajar tan duro

Decidí que no quería estar nunca con un tipo que pensara que una conversación inteligente sería un trabajo duro.

Nueve años después, en la universidad, cuando mi futuro marido me dijo "no te cambies el pelo. Me gusta así", me acordé de esta letra:

No vayas a probar una nueva moda

No cambies el color de tu cabello

Me dejé crecer el pelo corto y con permanente (qué puedo decir, eran los años 80) y empecé a odiar la canción de Billy Joel. Ya no me parecía romántica. Era asfixiante. Me pregunté si todos los hombres pensaban realmente como Billy Joel, creyendo que tenían derecho a pedir a sus amantes que no cambiaran.

A lo largo de los años, cada vez que me dejaba crecer el pelo, me lo cortaba, me hacía mechas o me ponía rubia, mi marido me decía: "no te cambies el pelo". Lo hacía de todos modos. Luego se acostumbraba al nuevo estilo y volvía a pedirme que no lo cambiara.

Excepto cuando dejó de notarlo. Entonces dejé de cambiar.

Me aseguré de que mi pelo estuviera peinado exactamente como a él le gustaba. Llevé a casa varios vestidos de la tienda para que pudiera elegir el que le gustaba. Un sábado, mi hija me preguntó mientras me maquillaba: "¿Por qué te pones tan guapa?".

"Me gusta estar guapa para tu padre". Pero la verdad era que fantaseaba con que si me ponía el traje perfecto, con el pelo y el maquillaje hechos como a él le gustaban, y decía o hacía algo tentador, quizás podría despertarlo y excitarlo de nuevo hacia mí.

Un fin de semana me dijo: "Vamos a hacernos la manicura y la pedicura juntos". Me entusiasmó imaginarnos sentados uno al lado del otro cogidos de la mano mientras nos masajeaban los pies, bromeando. Pero él se sentó a varias sillas de distancia, con los ojos pegados a su teléfono. Nuestros fines de semana de nido vacío parecían dos niños pequeños jugando en paralelo, uno al lado del otro pero sin comprometerse.

Cuando el matrimonio terminó, empecé a darme cuenta de cuánto tiempo había dedicado a complacerle a él y no a complacerme a mí misma. Poco a poco empecé a descubrir a esa niña de trece años que quería una conversación inteligente, y a esa niña de veintidós años que llevaba el pelo como quería. Mis amigos comentaban que tenía un aspecto diferente. Llevaba el pelo de forma natural con ondas sueltas. Me deshice de sus conjuntos favoritos por coloridos vestidos boho. Por primera vez desde la universidad, acepté invitaciones de última hora a los clubes de Greenwich Village para ver a los grupos de versiones y no me preocupé por la ropa que llevaba, sino que salí con zapatillas de deporte, leggings y una camiseta, con el pelo recogido en un moño descuidado. Era liberador. Había olvidado lo mucho que me gustaba aquella Ginny de antaño.

Ahora, a pesar de que me encoge un poco cuando recibo esos mensajes de papá mencionando esa canción de Billy Joel, sonrío sabiendo que sus mensajes tienen poco que ver con la letra. Papá me quiere tal y como soy, por mucho que haya cambiado.

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