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Cansado de que acosaran a su hijo, este padre hizo algo que te conmoverá

BULLYING

padre hijo sindrome de downLo que este padre hizo para que dejaran de acosar a su hijo con Síndrome de Down conseguirá emocionarte. 

Si es difícil ver cómo tu hijo no encaja con sus compañeros o cómo estos se burlan de él, aún es más complicado cuando tu hijo tiene Síndrome de Down. El padre de Ernesto, un chico de 19 años con Síndrome de Down, estaba cansado y triste de ver cómo su hijo era acosado por sus compañeros en el primer empleo que por fin había conseguido. En vez de estar orgulloso de ello, Ernesto volvía a casa llorando cada día. Su padre no pudo soportarlo más y decidió poner fin a la situación. Pero de una forma muy peculiar. Lee a continuación la conmovedora historia contada por este padre.

“Cuando me notificaron que el bebé tenía Síndrome de Down, supe que las cosas serían difíciles. Temía por él, por mí, por Graciela. Nuestra experiencia en el tema era nula, no sabíamos cómo ser padres. Por lo tanto había mucho que aprender, mucho que equivocarse y mucho que sufrir. Las alegría que nos da Ernesto es infinita, lo amamos y nos preocupamos de que esté bien. Él siente ese cariño, lo expresa todo el tiempo. Sin embargo, también expresa mucho de su tristeza cuando la gente lo hiere. Y hubo personas que fueron malas con él. De eso quiero hablar ahora…

En el centro educativo al que asiste nos habían dicho que era bueno que buscara un empleo, ahora tiene 19 años y está en edad de hacerlo. Explicaron que le haría bien a él y que también a nosotros como padres. Había que darle independencia, libertad; él tenía que crear las herramientas para desenvolverse en el mundo. Yo y Graciela accedimos, lo que más deseamos es que él pueda sentirse a gusto y verlo crecer. El trabajo que se le consiguió fue uno en un restaurante de comida rápida. Era simple y podría hacerlo sin problemas. Recogería las bandejas de la gente, se preocuparía de la limpieza del lugar, junto con ayudar a los gerentes de locales del sector.

Nosotros lo fuimos a dejar el primer día. Hablamos con el gerente y nos aseguró que se le pagaría un sueldo, repitió sus labores, responsabilidades, y luego se despidió cordialmente. Ernesto se quedó allí, se puso su uniforme verde y nos hizo adiós con la mano cuando retrocedimos el paso para salir por una gran puerta. Según lo que él nos contó, sólo segundos después comenzaron las burlas de sus compañeros de trabajo. Lo denigraban, le daban las tareas más desagradables y fingían que todo estaba bien cuando pasaba el jefe. Ernesto llegaba a casa a llorar. Al principio no nos quería decir por qué. Después lo contó, pero agregó que él tenía que seguir yendo. Era su trabajo y tenía que ser fuerte y aprender a relacionarse también con ese tipo de gente.

La situación continuó así por semanas. En vez de mejorar, empeoraba. Volvía a casa con la mirada hacia el suelo, la ropa manchada, se quedaba en su habitación con lágrimas en las mejillas… Graciela y yo no soportábamos más, teníamos que hacer algo para ayudar a nuestro hijo, pero también sabíamos que lo correcto era que él resolviera sus problemas por su cuenta. Esa había sido su decisión y la teníamos que respetar.

Eso pensamos hasta que dijo que quería irse del lugar. Nos contó lo crueles que habían sido sus compañeros con él. No le hablaban, sólo le daban órdenes y, cuando se equivocaba, se reían o lo castigaban de forma humillante. Una vez que dio vuelta la bebida de un cliente, uno de los colegas fue hacia él y lo llevó a otra esquina para gritarle y hacerlo pedir perdón. Su decisión de renunciar tranquilizó a Graciela, pero no a mí. Me afectó mucho que las cosas no pudieran ser perfectas para mi hijo. Él es bueno con todas las personas que se acercan a él y no se merece un trato como el que le daban. Por eso, decidí intervenir en la situación, pero de una forma especial.

Hablé con la directora de su centro educativo y le conté lo que estaba pasando. Ella se mostró comprensiva y me pidió perdón por no haber supervisado mejor el caso. De inmediato me dijo que le buscaría otro empleo, ante lo que yo respondí con una sugerencia. Le comenté que sería bueno si los compañeros del centro educacional de Ernesto, fueran a hacerle una visita sorpresa. La mujer dijo que era una buena idea y juntos fijamos una fecha para concretarla. El ver a sus amigos le daría ánimo y calmaría su pena. Por lo menos podría irse del lugar con una sonrisa en la cara.

El día jueves fueron 6 amigos de Ernesto a su lugar de trabajo. Yo había coordinado con el jefe de local y él accedió a que mi hijo pudiera sentarse un rato con sus amigos, eximiéndose de las tareas por el tiempo que durara el encuentro. Cuando Ernesto los vio, una sonrisa se le dibujó en el rostro. Corrió a abrazarlos y les preparó una mesa. Les sirvió lo que querían y ellos estuvieron felices. Uno fue a buscarlo para sentarlo junto a ellos. Él sabía que tenía que hacer su trabajo, pero luego de mirar al jefe y que éste le hiciera un gesto afirmativo, se tranquilizó y compartió con los demás.

Así pasaron unos minutos. Los colegas de Ernesto los atendían, tenían una expresión extraña en sus caras, de culpabilidad o algo parecido. Miraban hacia abajo y estaban en silencio. Ernesto los veía y no entendía el cambio que habían tenido sus compañeros. Lo vi preocupado, sintiendo lástima por ellos. De pronto se puso de pie, fue donde estaba un grupo de ellos y lo escuché invitarlos a sentarse con ellos. Ellos le explicaron que no podían, por el trabajo, pero le agradecieron. Yo vi ahí la oportunidad de ayudar. Me acerqué a Ernesto y le dije que fuéramos a hablar con su supervisor, así quizás lográbamos convencerlo de liberar a los demás unos minutos de sus responsabilidades. Afortunadamente éste accedió. Ernesto les contó la noticia y les puso sillas a cada uno. Desde ahí todo cambió.

Luego de que comieron papas fritas, hamburguesas y bebieron refrescos, la actitud que ellos tenían hacia mi hijo fue diferente. Ernesto se convirtió en uno más del grupo, el más querido. Sus colegas se convirtieron en sus amigos. Ahora ellos lo cuidaban cada vez que pueden. Si un cliente alega, ellos salen en su defensa. Así ha sido desde ese día. Cada mañana Ernesto sale de casa con una sonrisa y vuelve con otra sonrisa aún más grande. Esto va a durar mucho tiempo, lo sé. Así es como tiene que ser. Él se merece esta felicidad.”

Los chicos con Síndrome de Down se merecen poder encajar en todo tipo de tareas. Al fin y al cabo, terminan siendo tan felices como el resto. Solo hay que ver cómo reaccionó este joven al saber que irá a la Universidad, o conocer la historia de Madeline Stuart.

¿Qué te parece lo que hizo este padre para ayudar a su hijo con Síndrome de Down?

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